Luis y Adriana viven un poco lejos, por eso cuando llegamos ya es de noche y lo que para muchas actividades es un ambiente acogedor de luz tenue y ambiente relax, para nosotros puede que sea un poco oscuro.
¡No pasa nada! Esta lámpara de pie aquí, aquel flexo por allá, y ya está. No sólo sigue siendo una iluminación íntima, es que Luis y Adriana nos reciben tan bien que casi se nos olvida que habíamos ido a dibujar. Nos han preparado una sesión de perfecta ortodoxia, a la que correspondemos al finalizar la sesión con un nuevo Cadáver Exquisito.
Poses en el sofá, mirándose a los ojos, y con sus objetos favoritos. Ella, la máquina de escribir que la define como escritora vocacional. Él, la maleta de cuero que le delata como viajero entregado. Y en ambos objetos descubrimos también la nostalgia dulce que despiertan los objetos antiguos, y que ellos gustan de acechar en el Rastro los domingos. Son gente que no se avergüenza de su emotividad (¡hasta la lágrima, viendo algún que otro dibujo!) ni la exhibe, sino que la vive con la naturalidad del Gnosce Te Ipsum espontáneo.
Adriana nos regala su testimonio y puedes leerlo de su propia tinta y empieza su relato:
"El martes suele ser un día más, con su noche de martes, igual que otras. Pero el de esta semana fue distinto; el equipo de Dibujo a Domicilio vino a casa para arroparnos con su arte y carisma durante algunas horas.
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